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¿Has sentido la muerte de cerca?



Yo sí. Hace tres días, unos minutos antes de la medianoche, nunca lo olvidaré.


Aquí está la historia.


Empecé la jornada del martes 26 de abril sabiendo que ese día me esperaba una dura prueba. Iba a cruzar Acapulco de extremo a extremo y de ahí a la zona diamante, saliendo de Mozimba hasta el centro comercial La Isla. La distancia no era un reto, algo así como 25 kilómetros de ida, pero hay un segmento que me tenía preocupado, La Escénica.


Este segmento de tan solo 8 kilómetros me haría subir una cuesta de 280 metros en tan solo 4 kilómetros y descender la misma altura en los otros 4, poniendo a prueba mis piernas en la subida y los frenos en la bajada, a una temperatura de 33C (91F) .


Por si esto fuera poco, y lo más preocupante de todo, este tramo carece de acotamiento, los ciclistas tenemos que circular por el carril derecho, junto con el tráfico.


Como todas las mañanas, hablé con el Señor, hice mis oraciones y me encomendé a Él.


Partí hacia mi destino.


En 30 minutos llegué a la base naval de Icacos sin ningún problema y allí comencé el ascenso, difícil, exhaustivo, exigente. De inmediato comencé a sudar profusamente, el resto del viaje lo hice empapado en sudor y mi ropa ya no estaba seca.


Yo estaba feliz. Mis piernas respondían bien, en ningún momento tuve ganas de tirar la toalla. Pero me quedé pensando que esta parte de Acapulco se ha cobrado la vida de ciclistas porque los autos y camiones viajan rápido a escasos centímetros de cualquiera que se atreva a aventurarse en sus carriles.


En el camino pude tomar algunas fotos.


La bahía de Acapulco, considerada una de las bahías mas hermosas del mundo.

A la izquierda, la isla de La Roqueta, en el medio, playa Caleta y el Acapulco Viejo, a la derecha, el Acapulco Dorado.


De joven, solía nadar casi a diario el estrecho iluminado por el sol entre La Roqueta y Caleta.


Llegué a la cumbre, y del otro lado pude ver una vista panorámica de la bahía de Puerto Márquez y arriba a la izquierda, la Zona Diamante hacia donde me dirigía.


Al bajar fue muy agradable sentir el viento refrescándome y secándome el sudor. El resto del camino fue más relajado, tranquilo y con suficiente espacio entre los vehículos y yo, llegué al centro comercial La Isla, donde está la Cycle Store, probablemente la mejor tienda de bicicletas en Acapulco, donde Victor Castañeda y su compañero me atendieron súper bien. Cambiaron de cadena, me dieron el 5% de descuento y me hicieron ajustes más allá de lo necesario sin costo alguno.


De ahí me fui a cenar cerca y luego a despedirme de mi amigo Juan Galarza de Ika Tako Diamante.


Ya eran más de las 10 de la noche cuando emprendí el camino de regreso. Esta vez la subida me costó más trabajo, no sé si porque ya estaba cansado o porque el regreso en sí es más difícil. Tardé una hora en ascender. Afortunadamente había menos tráfico.


Noté que en esta dirección La Escénica es más peligrosa. Los carriles de venida están del lado de la bahía, pero los carriles de regreso están del lado de la montaña. Aquí no hay acotamiento pero no solo eso, hay un canal para aguas pluviales algo profundo que lo hace muy peligroso, por si fuera poco, las curvas a la derecha hacen casi imposible ver a los ciclistas hasta que están muy cerca.


Afortunadamente alcancé la cima y terminé La Escénica sin ningún problema. Recorrí el resto de la bahía a un ritmo pausado.


Estaba a punto de llegar a casa cuando, a menos de un kilómetro y medio, pedaleaba solo por Calzada Pie de la Cuesta sin tráfico, en silencio, cuando de repente escuché detrás de mí un ruido ensordecedor que me sobresaltó. ¿Qué fue eso? Me pregunté de inmediato bastante sorprendido.


Imaginen mi sorpresa cuando miré hacia atrás y vi una minivan que venía en la misma dirección y en el mismo carril que yo, acababa de chocar contra un trailer estacionado justo detrás de mí.


Me detuve y vi al conductor aturdido, al parecer se golpeó la cabeza con el parabrisas porque pude verlo estrellado, creo que el modelo era viejo porque no vi ninguna bolsa de aire desplegada. Primero pensé en irme a casa. ¿Qué pasa si esta persona necesita ayuda? Pensé. Miré la hora, faltaban unos minutos para la medianoche. Volví a mirar atrás y vi al tipo que comenzó a reaccionar.


Di una vuelta en U y me detuve en la acera opuesta frente a él justo cuando comenzaban a llegar más vehículos. Lo observé abrir la puerta y por sus movimientos deduje que estaba bajo los efectos de algo, muy probablemente borracho. Más personas se acercaron a él y para entonces pensé que si necesitaba ayuda ya había suficientes personas para ayudarlo. me fui.


De camino a casa, estaba repasando en mi mente lo sucedido, fue entonces cuando me di cuenta de lo que realmente acababa de acontecer.


Tengo 2 espejos, uno en cada extremo de mi manillar precisamente para mantener bajo control el tráfico trasero que se avecina. Toda la noche estuve revisando mis espejos como es mi costumbre. Lo más probable es que no tuviera las luces encendidas porque no lo vi venir. Íbamos en la misma dirección, en el mismo carril, yo delante de él, a juzgar por el estruendo del choque él estaba conduciendo a alta velocidad, aparentemente borracho.


Si ese hombre no se hubiera estrellado contra el tráiler estacionado, me habría atropellado. Su defensa delantera se detuvo a solo 2 pasos detrás de mí.


¿Se durmió?

¿Perdió el camino porque sus luces estaban apagadas?

¿Me vio y me evitó?

¿O Dios o mi ángel de la guarda giraron el volante para salvarme la vida?


No hay duda en mi mente, si me hubiera impactado, seguramente hubiera muerto o me hubiera dejado paralizado o en muy mal estado.


El resto de la noche me la pasé agradeciéndole a Dios por haber evitado ese accidente, hubiera sido una enorme tragedia no solo para mí, sino también para él y nuestras familias.


Considero esto, un milagro más de Dios en mi vida, y de seguro en la vida del desafortunado conductor.

Más que nunca sé que no estoy solo, porque Él siempre está conmigo.





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